El proyecto se aborda como una reinterpretación de la tipología cuartelaria clásica española, en la que la sobriedad, la practicidad y la sencillez a la hora de resolver cuestiones constructivas y funcionales priman sobre todo lo demás. A este planteamiento le añadimos un especial interés por adaptar el volumen construido a la topografía del terreno y la posibilidad de los escapes visuales que la ribera del Manzanares nos ofrece.
Los espacios proyectados son sobrios y sencillos, pero dotados de una calidad espacial propia de una arquitectura que profundiza en la relación humana del usuario con el edificio y sus escalas.
La disposición de los volúmenes es, a priori y deliberadamente, clásica. En su composición y en su proporción. Pero es un clasicismo pensado de forma abstracta. Los planos que dividen los órdenes del proyecto se desintegran en las esquinas, se funden con el interior del edificio, se comprimen y expanden buscando siempre ese juego volumétrico de la fachada que tiene que ver esencialmente con el recorrido del sol y con los espacios que detrás se esconden o se abren al gran paisaje.
El edificio proyecta sobre el espectador su engañosa simetría, que se ve modulada por el carácter de los espacios interiores a cada fachada, de las entradas, de las salidas, de las grietas y de los aleros, aceptando naturalmente la forma resultante de un programa de necesidades funcionales y de soleamiento que no es, naturalmente, simétrico.
Se organiza en 3 sectores claramente diferenciados, con usos y estrategias energéticas específicas. Estos 3 sectores se ligan entre sí mediante un largo patio ajardinado que proporciona frescor, escapes visuales y comunicación entre las diversas plantas y con el espacio circundante.